Por: Gabriela Huidobro.
Nuestra memoria popular suele quedarse con el recuerdo de Javiera Carrera, pero reduciendo sus méritos, de manera caricaturesca, a la confección de una bandera.
Empieza un nuevo septiembre y las calles se visten de tricolor. Este es el mes cuando más se respira un sentido de patria y orgullo nacional. Con todo, en la memoria de los hitos que se celebran, suelen sobresalir sólo los nombres de quienes se han reconocido como “padres de la patria” -Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera, Manuel Rodríguez o Camilo Henríquez- y rara vez se da espacio al homenaje de las mujeres que también contribuyeron a la autonomía del país.
Nuestra memoria popular suele quedarse con el recuerdo de Javiera Carrera, pero reduciendo sus méritos, de manera caricaturesca, a la confección de una bandera, y a Paula Jaraquemada, aunque resulte mucho menos conocida que la primera. ¿Es que no hubo otras que participaron del proceso independentista? Por supuesto que sí. Sería imposible imaginar que, mientras los hombres batallaban u organizaban un nuevo sistema político, las mujeres se mantenían ajenas, esperándolos con la cena al final del día. Muy por el contrario, ellas también asumieron roles activos y decisivos en esta lucha: fueron espías e informantes, organizaron la recolección de armas y la confección de vendas, uniformes y emblemas, atendían en los hospitales y se hicieron cargo del abastecimiento de los batallones. Nombres como los de Águeda Monasterio, Juana Lattapiat, Luisa Recabarren, María Cornelia Olivares, Carmen Ureta o Rafaela Riesco merecen reconocimiento, porque fueron mujeres dispuestas a arriesgar sus vidas por la causa patriota.
El hecho de que sean menos conocidas no significa que las mujeres no hayan participado de la historia.
Lamentablemente, poco se las recuerda y, aunque pudiera parecer trivial, este problema afecta nuestra manera de entendernos y valorar tanto nuestra historia como nuestro presente e identidad. Por años, se ha perpetuado la idea de que las mujeres del pasado se mantuvieron relegadas en una condición pasiva y silenciosa, y que sólo en las últimas décadas irrumpimos en la vida pública, aportando en todas las dimensiones de la sociedad. Sin embargo, esto no pasa de ser un mito. El hecho de que sean menos conocidas no significa que las mujeres no hayan participado de la historia. Aunque no fuera como ciudadanas de pleno derecho, siempre se ocuparon en forma activa de los diversos ámbitos y procesos históricos. Sin su aporte, la historia sería muy distinta. Pensar una historia sin mujeres es imaginarla de manera incompleta y no permite conectar ni empatizar en plenitud con quienes nos antecedieron, para valorar como corresponde los procesos que nos han traído hasta el presente.
Gabriela Huidobro.
Licenciada en humanidades, profesora de enseñanza media, mención en historia y doctora en historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
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