Por Bernardita Rosales.
Existe una profunda disonancia entre los votantes estadounidenses sobre lo que el votante promedio quiere: un lado defiende que hay acuerdo en que la importancia radica en una economía proteccionista, sin aranceles ni impuestos, y el otro cree que hay una resolución en que cada nueva causa identitaria se convierta en otra bandera de la diversidad. Definitivamente, un móvil prosperó, y el otro fue aplastado.
No debiese sorprendernos la victoria de Trump en esta presidencial. La historia dicta que aquellos que gritan más fuerte no siempre son los más numerosos, y esta vez quedó plasmado con una arrolladora victoria republicana. Los discursos violentos, las mentiras manifiestas, la compra de votos por parte del regalón de Nicolás Maduro, Elon Musk; y, por supuesto, los cargos y condenas en su contra, no fueron suficiente para parar a la Naranja Mecánica.
La historia dicta que aquellos que gritan más fuerte no siempre son los más numerosos.
Y aunque Trump no sea lo que USA busca -o lo que necesita-, tampoco lo era su contrincante. Trump ya fue derrotado una vez hace cuatro años y podría haberlo sido de nuevo, si no fuese por la desesperada búsqueda de creación de liderazgos del partido Demócrata luego de que se hizo evidente el estado senil de Joe Biden. Este último le pavimentó el camino a la victoria a Trump, dejando a los hogares con menor poder adquisitivo y víctimas de la inflación; y, para remate, dos enormes núcleos bélicos en Europa y Medio Oriente. Más allá de los motivos del triunfo/fracaso, ¿qué falló con Kamala?
Harris era la heredera obvia -sino la única-, aún cuando no tuvo mayor relevancia durante la administración Biden. Una vez condecorada con la candidatura, al menos en los medios, Harris era un perfil fuerte. Sin embargo, no lo fue en términos de donaciones, en la bolsa y, definitivamente, para los votantes. Votantes más bien conservadores, que incluso votaron por un candidato derechamente machista -tiene múltiples acusaciones de conductas sexuales inapropiadas-, y que se niegan a elegir a una mujer como presidenta.
Kamala, que no supo desentenderse de la administración de su compañero, enarboló el discurso de un sector más de izquierda dentro de los demócratas -más cercanos a Alexandria Ocasio-Cortez-. Junto con el fervor progresista de mujeres, personas de color y la juventud, creyeron en una esperanza finalmente vacía. Los sentimientos no crean realidades, y esa retórica liberal-progresista sobre cómo las cosas en un mundo sin etiquetas deberían ser, y no cómo son, va a la baja. Ni el muestrario de imágenes de su infancia como hija de inmigrantes y personas de color fueron suficientes para lograr la empatía de las personas. Kamala, que además de mujer, no es madre biológica, probablemente generó suspicacias en un electorado mayoritariamente tradicional. Como era de esperar, los votantes republicanos votaron reaccionariamente.
Ni el muestrario de imágenes de su infancia como hija de inmigrantes y personas de color fueron suficientes para lograr la empatía de las personas.
Me interesa destacar el rol de la discusión del aborto en esta campaña y en ese país. Por más legítima que pueda ser la causa a favor del aborto o a favor de los derechos reproductivos de las mujeres -muchos creen que son indivisibles-, la política es la arena en que interseccionan múltiples anhelos. Casarse con un sólo motivo de lucha es una receta para el fracaso y la decepción. Es inverosímil y raya en el narcisismo creer que lo que a un votante preocupa, debiese ser la prioridad de todo un país. Los -literales- llantos por temor de mujeres que creen que se viene una época de persecución y el fin de sus derechos es implausible. Trump, a pesar de haber derogado la sentencia Roe vs. Wade que convertía el aborto en un derecho a nivel federal, no tiene en su proyecto la prohibición de esta práctica. En estos momentos, y en lo que creo que será el futuro cercano, las mujeres norteamericanas pueden y podrán abortar en su país.
Los -literales- llantos por temor de mujeres que creen que se viene una época de persecución y el fin de sus derechos es implausible.
La democracia es profundamente imperfecta; el menor de los males, diría Churchill.
Dadas mis capacidades humanas limitadas, me ceñiré a tratar de entender qué pasó y no a predecir qué vendrá. El fatalismo es casi un hobbie, y no pretendo sumarme a ese juego. En cambio, desde mi asiento privilegiado en el fin del mundo, aguardo con un paquete de cabritas, lista para (no) ver el mundo arder.
Por Bernardita Rosales.
Licenciada en Ciencias Sociales UC.
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